Desde muy joven, experimentaba una sensación interna de desconexión, una sensación de no estar completa o no merecer lo mejor. A pesar de las apariencias, me sentía vacía por dentro, incapaz de valorarme y con una autoestima quebrantada. No sabía bien de dónde provenía esa sensación de no ser suficiente, pero la cargaba como una pesada carga emocional. Buscaba respuestas fuera de mí misma, buscando validación en otros y en cambiar las circunstancias externas, pero nunca encontraba lo que mi alma necesitaba.
Fue a partir de un momento difícil en mi vida, cuando una serie de eventos me hicieron enfrentarme con esta realidad interna. Esa ruptura tan dolorosa fue el catalizador que me obligó a enfrentar lo que llevaba oculto dentro de mí. No era solo la relación fallida lo que me afectaba, sino que esa experiencia me abrió los ojos a una verdad más profunda: yo no me sentía digna ni merecedora de amor, y esta creencia interior (subconsciente) se reflejaba en todos los aspectos de mi vida. Mi dolor no era únicamente por esa relación, sino por una creencia arraigada de separación de mi propia divinidad y poder, estaba dormida, experimentaba locura transitoria tal cual lo señalaba uno de mis caminos espirituales "la vía de la maestría".
Este evento traumático, lejos de ser solo un doloroso tropiezo, se convirtió en una oportunidad para mirar profundamente dentro de mí y hacerme preguntas que hasta entonces no me había formulado. Me pregunté por el sentido de la vida, por mi propósito y por qué las cosas parecían no funcionar. Fue en esos momentos de reflexión profunda que comprendí que mis circunstancias no fueron nunca un azar, sino que eran parte de un plan divino orquestado por Dios para que pudiera despertar a la verdad de quién soy realmente "una extensión del amor de la divinidad".
A través de ese proceso, entendí que nadie era culpable de mi sufrimiento. Nadie me había hecho nada, ni mis padres, exparejas, exjefes, examigos... ni las circunstancias. Al contrario, todo lo que había vivido estaba alineado con mi misión de sanar y transformar mi vida. Acepté que había elegido a mi familia y a mis padres, pues a través de ellos podía aprender a sanar las heridas que arrastraba desde otras vidas. Así descubrí que todo lo que ocurría era parte de un aprendizaje profundo y un viaje de sanación. Hoy, miro a todos aquellos que antes consideraba responsables de mi sufrimiento con gratitud, pues me ayudaron a darme cuenta de que la verdadera sanación solo llega cuando tomamos responsabilidad por nuestro propio poder y el control de nuestra vida.
Hoy, vivo en paz con todo lo que fue y con todo lo que he experimentado. Este estado de paz no significa que todo esté resuelto para siempre, sino que he encontrado la capacidad de vivir el presente sin las cargas del pasado. He aprendido a liberar las emociones y los pensamientos que me mantenían atada a viejas creencias. Mi vida es un reflejo de este amor interior. Las personas, las situaciones, y todo lo que me rodea se transforman porque hoy vivo desde el corazón, en paz, reconociendo mi propio valor. Ya no me siento separada de la vida ni de mi divinidad. En el fondo, sé que todo es una extensión del amor que soy y que llevo dentro.
Aunque mi familia, a veces, expresa tristeza por mi lejanía física, hoy puedo ver que esa distancia tiene un propósito profundo. Mi vida y mi misión me han llevado a otro lugar, a otra ciudad, y es ahí donde estoy encontrando mi propósito, mi conexión con lo divino y la oportunidad de crecer (esto no significa que sea lo mejor para todos). Esta distancia, aunque dolorosa en algunos momentos, ha sido un regalo, pues me ha permitido encontrar mi camino hacia la paz interior y la conexión con Dios.
Mi proceso de sanación ha sido una verdadera aventura de autodescubrimiento. Las heridas de la infancia, aunque desafiantes, me han dado la sabiduría necesaria para saber que yo soy la creadora de mi vida a partir de mis pensamientos, pues no son neutros (son miedosos o de amor) "crean mis mañanas". Ya no busco fuera de mí la validación o el amor que creía que me faltaba, hoy sé que el amor que doy viene de vuelta. Esta verdad me ha permitido comprender que las relaciones no son para conformarse, para depender de otros, ni mucho menos para aceptar abusos y ser sumisa (llevar la fiesta en paz). Hoy me permito quedarme en relaciones mas conscientes (escuchando mi intuición que es la voz de Dios surgiendo en lo profundo de mi ser), relaciones basadas en el respeto, la reciprocidad y el amor, donde me doy al otro desde la plenitud y la integridad, permitiéndome estar vulnerable, mas no abusada. En mi vida, todo es un reflejo de lo que soy, a medida que me sigo sanando, sigo atrayendo lo mejor para mí.
Hoy sé que soy amor, que el amor proviene de mí, que soy una extensión del amor de Dios en la forma, el amor es mi estado natural, el amor que fluye de mi ser regresa multiplicado, porque todo lo que damos, de alguna manera, vuelve a nosotros. Esta verdad me ha permitido comprender que las relaciones no son para conformarnos o para depender de los demás, sino que son un reflejo del amor que ya habita en nosotros y que nos permitimos recibir.
El amor sano es equilibrado, retribuido y correspondido genuinamente. Al haber trabajado en mi propio bienestar, ahora puedo elegir con mayor sabiduría y discernir las relaciones que realmente nutren mi alma y a dejar partir las que no vienen para mi bien y que tan solo son el reflejo de patrones disfuncionales del pasado que buscan sanación a través del reconocimiento, el amor y la aceptación.
Hoy me recuerdo que puedo volver a elegir, puedo decir NO en cualquier momento de una relación, solo tengo que escuchar mi intuición, pedir guía y cuando siento que una relación no viene para mi bien (no me dejo engañar por la etiqueta de familia, amigo, jefe), ya no busco aliviar mis culpas inconscientes castigándome al quedarme en relaciones de dolor y sufrimiento. En este proceso de expansión, ya no me conformo con relaciones basadas en carencias, sino que me intereso en construir vínculos conscientes, donde comparto mi amor desde el reconocimiento de mi divinidad, de que soy un ser completo, sabiendo que el amor verdadero y sano es genuino y siempre recíproco.
Es así que, el amor que ahora cultivo en mi vida tiende al equilibrio, a la reciprocidad y es vibrante pues proviene de Dios y no del miedo. Y gracias a este trabajo constante en mí misma, elijo relaciones más conscientes, aquellas que me permiten ser quien soy, donde me aceptan con mi luz y sombra, donde puedo ofrecer lo mejor de mí misma, donde no soy juzgada, donde me respetan. Hoy sé que las relaciones saludables no solo se basan en la necesidad de buscar “llenar vacíos o carencias”, sino en la capacidad de compartir lo mejor de uno mismo y crecer, porque cuando somos el amor primero con nosotros mismos, atraemos relaciones mas sanas, amorosas, respetuosas, empáticas, reales, honestas. Y esa es la vida que estoy construyendo, ya no me conformo con nada menos, cuando me salgo del camino y no me siento digna, Dios viene a mi rescate y me recuerda quien soy, de donde vengo y hacia donde me dirijo, hoy confío en que mi padre y y yo somos uno.
Mi camino de despertar ha sido un viaje de transformación, sanación y amor. En este video comparto mi historia, los momentos clave que marcaron mi evolución y cómo encontré la paz y el propósito en mi vida. Que mi experiencia te inspire a confiar en tu propio proceso. ✨🙏 ¿Te has sentido identificado? Cuéntame en los comentarios. ¡Gracias por estar aquí!