A ti, papá, Carlos Alfredo Mosquera, quiero agradecerte profundamente por ser parte de mi vida, por todo lo que me diste y por las lecciones que, aunque no siempre fueron fáciles, me ayudaron a crecer. Hoy comprendo que, como todos, llevabas en ti tus propios desafíos y aspectos por sanar. Tú, con tu ser tranquilo y sabio, aunque marcado por tus propias dificultades, también me dejaste enseñanzas valiosas que han sido parte fundamental de mi proceso de sanación.
Recuerdo tus anécdotas, especialmente la famosa historia del anillo, que siempre nos hacía reír. Esa pequeña situación reflejaba, en cierto modo, tus miedos y la ternura con la que abordabas la vida, aun cuando no siempre sabías cómo enfrentar lo que venía. En ti vi que la vida, a veces, nos presenta circunstancias difíciles, pero que esas circunstancias son solo parte de nuestro aprendizaje.
Aunque en ciertos momentos de nuestra familia hubo malentendidos, hoy puedo ver que todo aquello formó parte de un proceso colectivo de sanación. Las diferencias entre nosotros, más que separarnos, nos llevaron a comprendernos mejor, y a aprender a aceptar nuestras imperfecciones. Reconozco que tanto tú como yo, y todos en la familia, tuvimos momentos de desacuerdo, pero esos momentos fueron solo una parte de un todo mucho más grande, que me permitió entender la importancia de la aceptación, el perdón y la conexión.
Gracias, papá, por ser quien fuiste en mi vida. Aunque no siempre lo entendí en su momento, hoy te reconozco con amor por todo lo que me dejaste: tanto las alegrías compartidas como las enseñanzas que surgieron de nuestras diferencias. Te agradezco por ser mi maestro, de una forma que solo los padres pueden serlo, y por ayudarme a abrir los ojos a la importancia de sanar lo que llevamos dentro.
Hoy, aunque ya no esté físicamente, nuestra relación ha encontrado un lugar de paz y comprensión. He aprendido que, a través de las experiencias difíciles que vivimos, ambos hemos sanado, aunque de maneras diferentes. En mi corazón, llevo la lección de que el amor verdadero no está condicionado por la presencia física, sino por la conciencia de que cada ser tiene su camino, sus luchas y sus propios procesos.
Al recordarle, siento que he integrado lo mejor de su legado en mí, y que, a través de todo lo vivido, he podido sanar las heridas y comprender las lecciones que me dejó. Nuestro vínculo ahora se sostiene desde un lugar de amor profundo y aceptación, donde lo que vivimos y compartimos es parte de mi historia, pero también de mi crecimiento. Hoy, reconozco el amor que me ofreció, y en mi corazón, su presencia sigue siendo un faro que guía mis pasos hacia la paz y la evolución continua.
Mi relación con mamá ha sido una de las más significativas en mi vida. A través de ella he aprendido muchas lecciones, algunas desafiantes, pero que siempre me han ayudado a crecer y evolucionar. A lo largo de nuestra relación, no siempre he encontrado lo que esperaba, pero sí lo que necesitaba para comprenderme mejor, para entender mis elecciones de vida y seguir adelante con más sabiduría.
Admiro profundamente su habilidad para preparar los mejores manjares y su destreza en el juego del Parqués, donde es imbatible y la mejor monpa (aliada). Su energía y alegría en el juego son únicas. Todo lo vivido con ella me ha ayudado a entender mejor quién soy y qué quiero crear en mi vida.
Hoy, agradezco profundamente todo lo que hemos compartido en sus diferentes polaridades. Gracias, mamá, por coincidir conmigo en este plan para el despertar. Hoy, al mirar atrás, reconozco que me diste todo el amor que pudiste ofrecer desde tu corazón. Hoy comprendo que cada gesto estuvo lleno de la mejor intención que podías brindar.
He aprendido a ver en ella no solo lo que me dolió, sino también lo que me fortaleció. Ella, como cualquier ser humano, tiene su propio camino y sus propias luchas. En nuestra relación he encontrado la semilla de mi propio despertar.
La vida me ha ofrecido, a través de ella, las lecciones necesarias para crecer, para ser más libre y para elegir desde el amor en lugar del miedo. Agradezco vivir estas experiencias, pues son las que me han llevado a conocer mi verdadero poder interior.
Ella, con su propia historia llena de desafíos y aprendizajes, me ha mostrado el poder de la resiliencia: ese coraje para seguir adelante a pesar de las adversidades. Aprendí que el amor no siempre llega cuando lo esperamos, y a veces, en su lugar, aparece el miedo como una petición de ayuda. Aunque en ocasiones no he podido comprender su forma de ser y de actuar, hoy puedo reconocer que cada uno de sus gestos, cada palabra, incluso los momentos difíciles, han sido parte de un mensaje de amor incondicional. Hoy valoro profundamente todo lo que, sin saberlo, me ha enseñado: su fortaleza, su capacidad de enfrentar la vida con lo que tenía, y su esfuerzo por seguir adelante. En cada paso de su vida, ella ha sido una maestra.
Hoy, nuestra relación está evolucionando hacia un lugar más sano. Estamos aprendiendo mutuamente a tratarnos desde el amor y el respeto, compartiendo con más comprensión y armonía, y cultivando un vínculo basado en la aceptación y el cariño. Aunque hemos tenido nuestros altibajos, cada paso nos acerca más a la conexión que siempre ha estado ahí, esperando florecer.